viernes, 1 de julio de 2011

El monoambiente

Hay presencias en el monoambiente donde vivo. Debajo de los abrigos colgados, debajo de las frazadas, debajo del techo y debajo de mis pasos hay presencias que caminan y a veces pasan sin permiso a través de mí y de las cosas. Y mirá que vivo en un monoambiente chiquito. Pero está lleno de presencias. Llego, abro la puerta y ahí están.
Ya me amigué con ellas. Antes era más difícil, hasta pensé que el que debía irse era yo, y que las presencias se quedaran todo el tiempo que quisieran, total no pagan alquiler –pensé– ni laburan, ni limpian, ni cocinan, ni llegan en pedo a cualquier hora. Sé de personas que se tuvieron que ir porque las presencias no las dejaban en paz. Pero debe ser que las del monoambiente donde vivo son más amigables y por eso ahora nos llevamos bien. Por lo menos en buenos términos.
Soy un poco ingenuo –no lo digo yo solamente– y a veces pienso que las presencias en realidad son ausencias. Que el monoambiente donde vivo está lleno de ausencias. Eso representa un problema, si te ponés a pensar, porque un lugar lleno de ausencias en realidad está vacío. Pero no. El monoambiente no tendrá heladera ni lavarropas ni sillas como la gente pero está lleno. Lleno de ausencias o de presencias, no sé, pero bien lleno.
Pero lo importante es que ya me amigué con ellas, presencias, ausencias, da lo mismo. A ellas va dedicado este pequeño texto.

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