jueves, 28 de julio de 2011

Los chocolates de la Parca

La Parca atendía un negocio de chocolates artesanales, al cual acudían muchos turistas para llevar algún regalo a quienes esperaban en sus respectivos lugares de origen. Era fama que fabricaba los chocolates más amargos de la zona.
La gente que caminaba por esa calle de tierra, se detenía en la cabaña de la Parca y desde afuera respiraba el aroma tentador que de allí provenía. Ella solía atender tras un mostrador de troncos color caoba. Nunca sonreía. Le decían abuela Parca. No tenía nietos.
Hubo un tiempo en que se corría el rumor de que los chocolates de la abuela Parca hacían mal. No había forma de probarlo porque en mi pueblo nadie tenía dinero para andar comprando chocolates. Y si alguno tenía, los compraba en otro lado porque es muy aburrido comprar chocolates sin ser turista. Una vez una señora llamó muy exaltada a la radio diciendo que había menos turistas y que se corría el rumor de que el pueblo era de mala suerte, que cada vez que venían se les moría un pariente. Como es de esperar, el locutor se burló y la calificó de supersticiosa y por lo tanto la gente que escuchaba también.
Pero todo se comprobó cuando los vecinos, que cada vez que volvían del trabajo disfrutaban del aroma de la cabaña, comenzaron a sentir cada vez menos el perfume del chocolate y cada vez más un olor a podrido muy nauseabundo. Cuando este último se volvió intolerable llamaron a la policía.
El veredicto fue contundente.
La Parca había probado uno de sus chocolates. Y se murió sola. Sola.

No hay comentarios:

Publicar un comentario